Magia y razón

O ilustración frente a algún exceso del discurso

Texto de Joaquín Garrido (ponente de la última sesión)

Searle define bien la diferencia entre la actitud ilustrada y el relativismo posmoderno. Pero precisamente su idea de acto de habla (y por tanto la aplicación de esa misma idea a la concepción discursiva de la verdad) es muestra de ese exceso del discurso que consiste en creer que las cosas ocurren porque hablamos de ellas y tal y como lo hacemos. No prometemos por decir “prometo” sino al revés: ocurre que lo decimos porque hacemos una promesa. Es posible hablar con objetividad. Y el proyecto ilustrado de búsqueda de la verdad sigue vigente.(Texto de 14 abril 2011 basado en la intervención de 27 marzo 2011 en el café filosófico de “El Fin del Mundo”, en el barrio de Lavapiés de Madrid, por invitación que agradezco a la ilustración de Ramiro Ribeiro, a quien se lo dedico).

La ilustración del siglo dieciocho sustituyó la certeza de la religión por la de la razón. Buen ejemplo de ello es la definición de Kant de 1784 en “¿Qué es ilustración?” o “Was ist Aufklärung?”: “Aufklärung ist der Ausgang des Menschen aus seiner selbst verschuldeten Unmündigkeit”. La cita en alemán servirá de paso para comprobar que no nos enriquece tanto que haya otra lengua, el alemán, sobre todo para los que no la entiendan. Efectivamente, don Manuel afirma que la ilustración es la salida del ser humano de la minoría de edad de la que es el propio ser humano es culpable. Hay que usar el entendimiento para entender la realidad, en lugar de creer una verdad absoluta que se nos imponga como a menores de edad.

La verdad absoluta de la que se trata hoy es precisamente la negación de la verdad; en términos de comunicación, la negación de que se pueda ser objetivo al narrar algo. Searle ha definido bien en qué consiste la ilustración y lo que Nietzsche y Berlin llamaron la contrailustración (o Gegenaufklärung o counter-enlightment). Aquí la cita será un poco más larga, y en otra lengua, para que sigamos enriqueciéndonos con la diversidad lingüística. Es de una entrevista (precisamente en la revista “Reason”, razón), en que le preguntan acerca de una versión del posmodernismo, el relativismo, que trata en un libro suyo. Y dice Searle: “They advance the view that what we think of as reality is largely a social construct, or that it’s a device designed to oppress the marginalized peoples of the world -the colonial peoples, women, racial minorities-.”

El relativismo posmoderno, según Searle, consiste en considerar que lo que pensamos como realidad es principalmente una construcción social, o que es un mecanismo de opresión de los pueblos marginados del mundo, los sometidos al colonialismo, las mujeres, o las minorías raciales (o “étnicas”).

Además, y algo ha tenido que ver en ello Habermas, pero también escritores franceses como Derrida (con quien Searle polemiza, por cierto), se relaciona esa idea de la realidad con la concepción discursiva de la verdad como fruto del consenso. Para decirlo sencillamente, se trata de pensar que la verdad de lo que se dice no consiste en su mayor o menor adecuación a lo que hay (ahí afuera, fuera de nuestras cabezas), sino en el mayor o menor acuerdo entre los seres humanos, al que por cierto llegan hablando. En lugar de verdades o acercamientos a la verdad, hay narraciones, más o menos coincidentes, y el consenso fundamenta la verdad (que por tanto no es objetiva sino intersubjetiva).

Y para mostrar la diferencia con esta nueva concepción mágica de la realidad (que sería producto de una operación que no es fruto del entendimiento sino del entenderse), le jugaré la mala pasada a Searle, en la línea de su espíritu de ir tras la verdad, de proponer que es falsa su idea de los actos de habla, que tanto éxito ha tenido y que es la base de la idea de la acción comunicativa de 1981 de Habermas. Esto me servirá para poner en duda, por excesivo, en general, el papel que se concede al discurso en la conformación de la realidad,más exactamente, de nuestra percepción y concepción de la realidad.

Efectivamente, el ejemplo clásico de Searle es el verbo realizativo “prometer” (en inglés, algo así como [‘prɒmɪs], escrito “promise”), que tiene la propiedad de que si lo digo en primera persona del singular del presente de indicativo y cumpliendo otras (muchas) condiciones, se produce el acto de habla de la promesa. Por ejemplo, “te prometo venir”. Sería algo así como que “prometer” es una palabra mágica: cuando la pronuncio de la manera adecuada, se produce el milagro de que hago una promesa.

La realidad es justamente la inversa (algo así como la puesta de la explicación al revés, en una especie de cambio de valores o “Umwertung” nitzscheana de andar por casa): decimos “prometo” porque hacemos una promesa (decimos “prometo” al hacer una promesa y como parte de esa acción). Prometer, saludar, son acciones definidas socialmente que requieren una señal; en unos casos es trazar un garabato que es nuestra firma en un pagaré (algo así como “prometo pagar”), en otros es decir “buenos días” o simplemente mirar a quien entrar y hacer un gesto casi imperceptible de reconocimiento, por ejemplo en una sala en que alguien está dando una conferencia.
Searle llega al extremo de proponer que preguntar algo es un caso particular del acto de habla general de pedir («asking questions is really a special case of requesting”; “Speech acts”, 1969, CUP, p. 69; hay traducción española); cuando la realidad es que preguntar, afirmar y ordenar son lo básico en la lengua, con unas propiedades oracionales determinadas (las oraciones interrogativas, declarativas e imperativas), mientras que pedir, solicitar y muchas otras acciones no son básicas en la lengua, sino que se realizan a través de las unidades que sí lo son (http://www.ucm.es/info/circulo/no13/garrido.pdf) y con las que representamos mejor o peor la realidad.

Lo que es razonable en el análisis de Searle es su argumentación; otra cosa es que yo aquí bosqueje otra que se propone mostrar que la suya es falsa. No hay actos porque hablemos, sino que hablamos en ciertas acciones. Los acontecimientos ocurren al margen de que las palabras los describan o no (contra Habermas) o, en el caso de las promesas, las palabras intervienen como parte de los acontecimientos, pero no los causan (contra Searle).

Del mismo modo, la verdad de algo no consiste en que estemos de acuerdo en ello, ni en que lleguemos a ello mediante el discurso libre (“herrschaftsfreier Diskurs”: Habermas), sino en que nos explique la realidad de manera que hagamos predicciones acerca de las relaciones causales que la constituyen (y nuestros inventos funcionen). Por eso si accionamos la llave de contacto o el interruptor arranca el coche o se enciende la lámpara, del mismo modo que si no arranca puede ser por fallo de la batería en un caso, o en el otro, porque “se haya ido la luz” (en espléndida metáfora de movimiento).

Hagamos luz, seamos ilustrados: sigamos acercándonos cada vez más a la verdad. Existe la objetividad (también en el periodismo) y existe el conocimiento científico. Y no caigamos en nuevas verdades absolutas que pretendan salvar el mundo. Continuemos el gran invento ilustrado, que, por cierto, comprende también los derechos humanos y el gobierno democrático.

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